vox populi
 
  Inicio
  Poesia
  Quienes Somos
  Cuentos
  Leyendas
  Contacto
  Libro de visitantes
  Nuestra Historia
  Imagenes y Fotos
  Links
  Foro Literario
  Envia SMS
Cuentos


http://www.zonalibre.org/blog/xmp/archives/Mujer%20Muerta%20en%20el%20Suelo.jpg

                                  Mi Mocuana se murió.

 

El chofer asearea pasajeros graznaba al chabalo camisa azul que “avanzara paratrás”, “deladito”, “que el bus iba bacío”. Todavía no se derramaban por las ventanas. “Deme el vuelto” le pedia una voz perdida en la muchedumbre. “No llevo”, le ladraba, mientras aceleraba, evadiendo policias acostados, baches, tranques, cemáforos. El ruido sangraba de sus parlantotes mientras colgados, como monos los pasajeros sedados (domesticados) por de tantas decepciones consolaban a su justicia mirandolo de mal modo y poniendo mala cara.

 

Derrepente un frenazo más suicida que los anteiores cinco, exorcizó “hijueputadas”, espanto y varias blasfemias. Bajo llantas lisas donadas por China en 1998, se espacía en el adoquinado mi Mocuana.

 

Varias cámaras necrófagas y una muchedumbre denza la rodearon como zopilotes y como lacras pide pesos para que no se fuera anónima a rendirle cuenta al Colochón o al Cachudo.

 

Vino del campo a trabajar, la rosa en su oreja la delata. Salio de una zona franca a las ocho de la noche haciendo horas extras para alimentar a sus adolescentes mocuanas. Una de ellas estaba próxima a cumplir los quince años y su madre mocuana se esforazaba al máximo para hacerle una fiesta memorable.

 

El chofer devuelve el pasaje, se persigna y se da a la fuga. El policía de tránsito que lo fue a revisar es familiar suyo. Al fín y al cabo sus familiares seguas no tienen cédulas y dijeron que lo pondrán todo en las manos de Dios. El chofer vuelve a su casa no sin pasar antes por la venta esquinera, donde venden guaro. En la niebla de su ebriedad le pareció ver a una perra zarnosa y famélica rascarse las heridas, era su consiencia. Apartó la vista, estaba seguro que no lo volvería a hacer.

 

La justicia drogada pernocta en prostíbulos dolarizados y bares de silencio oscuro, donde no tienes nombre, solo precio y edad. El viento es más ameno ahí, sale de aires acondicionados y la falsedad se vuleve cubos de hielo enfriando los tragos extrangeros.

 

Alíviate, nocturno caminante. La mocuana ya no te asustará por las noches, para eso estan los “Come Muertos” y demás pandillas. Reconfortate al saber que ni en tus pesadillas este espanto retorcerá de tus huesos el terror, par eso estan los recibos del Unión Fenosa y los del agua fantasmal que consumimos.

 

 

Salamandras y Ceniza

Eliezer Torres Sequeira

Patricz

                                                       

                                                  Vudú.

 

                                                               

 

Encendiste una bujía, en la penumbra de tu cuarto a la hora de las brujas, cuando nadie te pudiera interrumpir ni cuestionar tus negros actos, tus oscuras intensiones y objetivos alevosos.

 

Las manos del tiempo provocaban acariciar las doce de la fría madrugada y tu ventana fue adornada con unos cuantos murciélagos que montaban guardia, velando tus movimientos con humilde fascinación.

 

Una crasa vela negra repuso la luminosidad eléctrica y con sombras dibujaba tu negra silueta en la pálida pared muerta. El silencio enmudecía con tu respiración onda y fuerte como tu mirada, que fija se concentraba solo en mí.

 

Me zurciste con un hilo encantado, tus manos inexpertas y descuidadas se pinchaban con cada cocida. Mis ojos fueron dos botones de la blusa negra que usaste al conocerlo. Con mi vista remendada tuve el don de contemplar las facciones de tu rostro, vislumbré cada uno de tus nervios faciales contrayéndose por tu concentración. Pude admirar tu meliflua imagen acariciada por la delicada luz de tu moribunda vela que se derretía gustosa estando junto a ti.

 

Cuando tus uñas largas daban los últimos detalles a mi cuerpo de tela y carne te escuché decir: “Serás mío”… Hablabas de vengarte y de amar a alguien, hablabas sola o solamente deseabas en voz alta tratando de que yo lo cumpliera.

 

Un suspiro de tu alma, de tus deseos, acarició mis oídos. Me miraste ya concluso y me abrazaste estrechando mi cuerpo en tu pecho, donde pude oír los latidos de tu corazón enamorado y vengativo dándose eco en mi interior; y dijiste de nuevo: “Serás mío”. Me pusiste sobre la mesa nuevamente y comenzaste a enterrarme alfileres en el lugar donde yo debería de tener un corazón, donde yo debería de tener mis orejas, en el muñón sin dedos de mis manos, en mis ojos de botones y en mi estómago lleno de trapitos.

 

Con cada estocada decías una frase y al término de tu faena enterraste en mi frente la última aguja, el último alfiler que atravesó antes que a mi cabeza la foto de una persona: La del hombre a quien amas y que ahora corresponde a tus sentimientos, encantado por la inexorable arte de birlibirloque.

 

Escondido estoy bajo tu cama, personificando el conjunto de ecuaciones exactas de la fórmula  para tu felicidad, siendo solamente uno más de los métodos para tus fines.

 

Él no podría vivir sin tenerte… Su salud palidecería y caería muerto si es separado de ti. Así me siento yo también. Pero solo soy un muñeco, una malévola expresión de amor que te amó desde antes que tus alfileres, agujas y oraciones, encantos y pactos de sangre dominaran mi existir.

 

 

Silfides y Mandrágoras

Eliezer Torres Sequeira

Patricz

 

  

                                                      El Chuchi.

 


Cambia de silla. ¿Te siguió?... A pues si, tenlo por seguro: Es el Chuchi.

 

No hay antecedentes de su agresividad, ni de su benevolencia. Tan solo avizora tus movimientos desde el tejado. Comenzaste a sentirlo desde el inicio de la película de las ocho. Es ineluctable percatarse de ese bulto de pesado avanzar –siempre y cuando tú lo hagas- entre tronidos del zinc o acentuando temores con sus pesuñazos en el nicalit. Precisamente ahora que tus familiares marcharon al rol soporífero dejándote a solas con el televisor presto a la veleidad de tus digitaciones; si Toño, esa pesadez que se acerca batiendo primeramente las ramas del “palo de mango” aterrizando siniestramente en el tejado y que avanza con sonidos huecos hasta situarse sobre donde estás, acoplándose al parecer a tu compañía como un cadejo de azotea, se trata únicamente del Chuchi.

 

Estas últimas noches no reanudas la mendacidad repitiéndote que sea un gato, tú y yo sabemos que solo puede ser el Chuchi. Casi no te concentras en la trama de la película por escrutar a tu compañero nocturno, no se ha movido. Ha permanecido inmóvil sobre tu cabeza estas dos últimas horas. Talvez se fue, ¡ahora, aprovecha! puedes aliviar tu vejiga en el patio. Te levantas, pones el control sobre el televisor, caminas dos, tres, cuatro pasos y escuchas que tu centinela te emula dando también dos, tres y hasta cuatro pasos, deteniéndose justo encima de ti. Pero tienes que orinar Toño, aguantar conlleva complicaciones futuras, marcha al compás de sus escalofriantes pasos y deja fluir el miedo hacia la noche. Resígnate a volver a tu sillón escoltado por los tronidos que te siguen sobre el zinc.

 

Es imposible concentrarte en la película, la preocupación te borró el interés de verla. Apagas la televisión y enciendes la radio, tu hermano dejó en la bandeja el disco de Barnie y sus amigos, lo sacas de mal modo rumorando que ese dinosaurio cochón no es tu amigo, lo pones sobre el televisor, justo al lado del control del mismo. Metes el disco que te regalé, no, ese te lo dio Alfredo, ¡el otro!, si ese, el del dibujito. Te apoltronas en el sillón perdido en las tonadas de los teclados y en el cíclico retumbar del doble pedal; se te antoja un cigarro, pero te comes las uñas y suspiras, puesto que por el bien conjunto tus padres deben seguir ignorando tus vicios.

 

Escribes algo, unas coplas a la noche, incluso El Chuchi es un tema inspirador. Lo que conlleva lo espectral te enigma, experimentas una curiosidad álgida y profunda que calla a todas las pesadillas antecedentes a esta con sus ronquidos. Te imaginas como un espanto, efervesciendote en las tinieblas y probar la peculiaridad de las magias aparentemente negras. Pero no se te quita el agrio de aquel recuerdo... ¿Recuerdas?, cuando estabas beodo y tu borrachera coincidió con la noche y con la oscuridad de la sala de tu casa. Esa vez la euforia abofeteó al miedo, apagándolo completamente. Cuando escuchaste al Chuchi acercarse hacia donde estabas el enojo calentó tu estómago, escupiste una bola de carbón y con el aliento de azufre corriste descalzo y en silencio hacia el patio, subiste por las piedras canteras que esperan convertirse en pared desde hace un decenio, escalaste el muro y justo cuando te enhestabas para ver el tejado escuchaste una fragorosa carrera que huía de ti; vistes el tejado limpio a la vez que sentiste el peso de una caída en la calle y el corretear de un algo hacia el otro anden.

 

Agitado, con una piedra en la mano y con los ojos fulgurantemente vesánicos sonreíste. Era tu primera victoria contra El Chuchi. Te creíste indómito y carcajeaste sobre el muro, luego bajaste aliviado saboreando no tener que aguantar más al intruso, solo lamentando carecer de licor y de películas pornográficas para celebrar tu virilidad.

 

 Volviste al sillón de todas las noches, tu sillón favorito. Apoltronaste tu exánime consciencia y te mareaste viendo los contrastes del televisor. Estabas solo ¿Recuerdas?, esa vez si tenias libertad para fumar y lo hiciste por celebrar. El humo salía espeso y frío de tus entrañas, lentamente levitabas sobre tu sillón, acariciado por un oleaje de nicotina perfumada con menta. Luego lo sentiste, el árbol de mango sacudió sus ramas dejando desplomar un peso que hizo tronar tu techo, aquello se acercó nuevamente hasta posarse sobre ti, bajándote de esa alfombra mágica de hilos de humo.

 

Pensaste emular la resiente acción pero no encontraste valor en tus impulsos. El sillón te apresó en su comodidad y el miedo te hizo botar el cigarrillo. Un álgido sopló por los intersticios de tu casa y recordaste el orificio del zinc que está sobre ti. Con una inexplicable motivación lo revisaste, alzando tu trémula mirada, aterrándote por completo pues distinguiste un ojo que te miraba fijamente y sin pestañear. Sentiste que el suelo se abría tragándote, pero eran tan solo tus deseos. Dejaste escapar un grito horroroso que apenas se notó con el volumen del  televisor y la estrecha abertura de tu tráquea por donde se escurrió. Quedaste mudo, con las manos en tus cuencas oculares, con la imagen del ojo en tu retina palpitando terrores sucesivos hasta desmayarte.

 

Fueron tus padres quienes te despertaron al llamar a la puerta. Te sentiste dichosamente vivo y sano, aparentemente lúcido. Escondiste de inmediato el cadáver del cigarrillo terminado de fumar por tus ladrillos bajo tu sillón y abriste la puerta sin recibir a tu madre con un beso para no delatar tu aliento alcohólico. Intentabas iniciar una conversación pero ese ojo eclipsó tus palabras, sentiste un escalofrío que te obligo a ir directamente a tu cuarto sin despedirte y sin apagar el televisor.

 

Yo no puedo decirte exactamente lo que es, pero para tranquilizarte te miento: Te digo que es El Chuchi, contradiciendo a Alfredo que acérrimo defiende que se trata del diablo. “El diablo no existe”, te dije para consolarte y evitarte psicosis de persecución. “Se trata del Chuchi” te aseguré con un tono insospechable que terminó convenciéndote. Te propuse que cada vez que te encuentres solo en la sala de tu casa de noche y el Chuchi venga a espiarte, lo mires a su ojo a través de la hendidura en el zinc y juegues contra él, retándolo a quien pestañee primero. Pero Toño, hoy estás exhausto y te levantas a apagar la grabadora, alzas la mirada como despidiéndote de tu observador y caminas arrastrando tus chinelas, siendo seguido desde el techo por los tenebrosos sonidos acostumbrados. Llegas a tu cuarto y te acuestas de sopetón, El Chuchi al parecer se hecha sobre ti y no se oyen más que tus oraciones desde el eco de tus sueños.

 

Silfides y Mandrágoras

Eliezer Torres Sequeira

Patricz

 

 
 
Imágenes para hi5

 
Hemos tenido 3324 visitantes (7846 clics a subpáginas) Desde el 3 de Agosto 2009
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis